top of page
Buscar
  • Foto del escritorGuillermo Zuluaga C.

Don Leo, el de Versalles: Un padre de familia muy madre


Versalles está compuesto por un gerente, un subgerente, un administrador, un contador, un tesorero; luego vienen cargos medios: cajeros, coordinadores de cocina, de panadería; luego meseros, cocineros, dependientes. 50 cargos dispuestos a entregar lo mejor de sí a favor de los visitantes.

Digamos que la anterior es la estructura formal, empresarial, de Versalles; pero como queda visto, Versalles es una familia. Y a juzgar por lo escuchado, más que un gerente, a la cabeza está don Leo, el padre.

-Versalles para mí es mi segunda casa. Todos los compañeros fueron como mi familia. Don Leo, mi segundo papá –dice Carmelita, jubilada al cabo de 28 años.

En ello coincide Iván Darío: “Don Leonardo ha sido el papá de nosotros, prácticamente”.

Lo dicen con cariño. Con reconocimiento. Pero viéndolo bien, cuesta creer en don Leo como un Padre. La figura paterna remite a la Autoridad, la provisión, identificación, responsabilidad.

Al principio quizá lo fuera. Leonardo Nieto ha sido el padre de Versalles.

Lo vieron tantito Padre, don Hugo que considera que por la tesón y el trabajo de don Leo funcionó Versalles en sus inicios.

Lo vio muy padre, Edilberto a finales de los 60s:

-Cuando comencé, a Don Leonardo lo veía como una persona estresada, con muchas ganas de que día a día su negocio funcionara, dedicado a todo. Perfeccionista ciento por ciento en cuanto a su producto, sus servicios, su calidad y su marca. Demasiado estricto en ciertas disciplinas que se aplicaban, de hecho en 50 años encuentras el mismo producto en Versalles.

Pero en algún recodo del Camino de Versalles, ese padre se iba volviendo todo madre: amor, protección, mimos, cuidados y crianza.


-Cuando le confesé a don Leonardo que yo no sabía montar en bicicleta, me pegó un grito, pero de ahí me daba cinco centavos para que alquilara una en Envigado y aprendiera bien –dice Edilberto, quien ahora representa el Padre, y ya lo ve con otros ojos.

-Hoy en día es una persona tranquila, relajada, confía mucho en su gente. Es el típico abuelo paisa: es amigo, hace el acompañamiento, claro que no con el mismo vigor que hace unos años, pero es excelente.

Ese padre se fue transformando, dejó que otros fueran haciendo el “trabajo sucio”:

-Don Leonardo no echa a nadie. ¡Yo los echo! –dice don Hugo y adereza sus lacónicas palabras con una sonrisita.

Abuelo, este don Leo, reprendedor y cariñoso al tiempo, para los empleados pero también para los clientes. Así lo piensa Edilberto:

-En el año 72, más o menos, Medellín estuvo invadida por hippies y aquí se mantenían robando. En una oportunidad cogí una persona robándose todas las piezas del baño y don Leonardo, con toda la calma del caso, habló y le pidió que no volviera a robar y quitándole todo y le hablaba ya con la tapa del sanitario en la mano. Trató de comprometer a esta persona que no volviera nunca más aquí a hacer daño.

Claro que esa persona no aprendió y se aguantó otra reprimenda de Edilberto (ya menos diplomática, seguramente) y desde entonces no regresa.

Como un padre (muy madre) lo ha visto siempre el sonriente Fabián a lo largo de 32 años que para él no son largos:

-Me he sentido bien, contento en la empresa. Don Leonardo es una gran persona y nos tiene como a unos hijos. Yo nunca lo he visto enojado y nunca nos ha tratado mal.

En ello coincide Eladio, el panadero:

-Por Versalles ha pasado mucha gente, pero por lo general se amaña aquí y podría decir que esto se debe a que hemos tenido un excelente jefe. Don Leonardo vive pendiente del trabajador y sus necesidades, él siempre ha buscado que nos sintamos felices en nuestro trabajo.

Quien mejor conoce a ese maternal padre es don Hugo Villa. 46 años al lado de don Leo, le dan la patente para emitir cualquier juicio sobre alguien a quien considera padre, aunque don Leo –lo sabe el Periodista- lo siente muy hermano. Para don Hugo, el éxito de Versalles es que don Leo no repare en atenciones para empleados o clientes. Para él todos son su familia. Por ejemplo, hasta Versalles llegan (llegamos) muchos a quienes don Leo no permite que se les cobre mientras él esté en el restaurante. Todo financista don Hugo tiene la respuesta a la generosidad del jefe:

-Don Leo tiene previsto lo de las donaciones. Las relaciones humanas que maneja son clave para que funcione esto –dice y sonríe-. Versalles es Leonardo Nieto.

Cuando hablo con don Hugo y le insisto acerca de tanto almuerzo regalado, él la tiene clara:

-Leonardo dice que hay que cambiar, pero sigue igual –dice y deja escapar una sonrisa tímida de nuevo.

Alguna vez –entre muchas- fui a pagar mi menú y don Leo me arrebató el tiquete:

-Pero, cómo don Leo…

-Tranquilo, tranquilo –habló con su fino humor negro—. ¡Dejalo así que eso ya está presupuestado dentro de las pérdidas!

Y ahí entre pérdidas y chanzas sigue la figura de don Leo, caminando entre mesas, saludando, pendiente de sus empleados-hijos.

-Yo veo cansado a don Leo –dice el incansable don Hugo-. Lógico que uno es una máquina, que va bajando, pero si no estuviera, no funcionaba esto.

Reitera don Hugo que su sombra se proyecta así no esté de cuerpo presente:

-Cuando se va don Leo, llama todos los días. Si no lo hace, todos nos sentimos mal.

Tantas veces viéndolo pasar entre esas mesas, Magolita, también se siente hija:

-Es una gran persona, don Leo es muy atento y muy querido. Él también me daba regalo de cumpleaños –dice y apura su sopa de los viernes.

Un mediodía a principios de enero de 2011, mientras don Leo hablaba con acerca de los orígenes del negocio, se acercó un mesero a comentarle algo.

-Son como mis hijos adoptivos. Hay que ayudarles dijo-. ¡Para bruto ya me tienen a mí!

Mientras hablaba en esa mesa del segundo piso donde tanto se amaña al mediodía, estuvo muy pendiente de los trabajadores.

-Qué simpático aquel -dice y mira un joven de librea blanca y sonrisa con frenillo-. Los molesto cuando tienen alguna fallita: los mando para atrás o les echo la Policía.

Ese mediodía estaba sonriente y contrastaba con el inquieto don Leonardo de una cálida mañana a mediados de diciembre de 2010:

-Problemas en la finca con un trabajador. Pobrecito, tiene problemas de alcoholismo y le hemos rogado- dijo don Leo y yo ubrayé la palabra “pobrecito”.

-Tengo que echarlo y no sabe cuánto me cuesta –dijo despacio, soltando como con un gotero cada sílaba.

-Habrá una posibilidad media, don Leo, ¿una licencia por ejemplo?

-Sí, en eso pienso, una licencia de diez días y luego lo reengancho a prueba. Así no tengo que echarlo.

Dijo esto último y se iluminó su rostro.


*fragmento del libro La Vida pasa en Versalles (2016)




37 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Metrocable a Picacho: una buena IDEA

Metrocable de Picacho: “buena idea” Sandra dijo que tiene 30 pero parece de 22. Tiene cabello negro, figura delgada y tez trigueña. Vive en la zona noroccidental de Medellín, y como lo ha hecho casi

bottom of page