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  • Foto del escritorGuillermo Zuluaga C.

Carta de amor a Margarita Rosa



Margarita Rosa de Francisco.

Foto: Instagram-BLU Radio.




Apreciada Margarita:


Desde hace muchos años te nos robaste el corazón a muchos colombianos. En los años ochenta nos acostumbramos a tu nombre y a tu figura, presentes en telenovelas como Gallito Ramírez, luego te vimos un tiempo presentando un telenoticiero y para acabar con nuestros nervios, remataste aquellos años actuando al lado de Amparo Grisales en Los pecados de Inés de Hinojosa. Y en esos tiempos, muchos sentimos celos y nos dio un poco de impotencia cuando te casaste con el actorcito aquel, con el cantante aquel que con los años se repite y se repite –pero bueno ese asunto no viene al caso ahora.


En los noventa y a principios de este siglo, aparecías ocasionalmente en exitosas telenovelas pero también presentando realities de dudosa factura, y tú con tu capacidad, con tu presencia, le dabas vida a esos que fueron espacios que se volvieron una moda en nuestra televisión. Nos gustaba verte con ese tu luengo cabellero y ese tu grácil cuerpo delgado, curvilíneo, al tiempo lleno de gracia, de elegancia y nos alegraba sentir ese hilo de tu voz con el cual adobabas o acabas de adornar tu mágica presencia en esa la también cajita mágica.


Muchos como yo no tan adictos a la tv, pero que ocasionalmente la mirábamos, nunca dejamos de admirarte en silencio, de maravillarnos viendo cómo el tiempo a ti no te pasa factura, notando cómo cada vez te hacías más bella, más radiante, más esplendorosa. Más irremediablemente Diosa.


Y de pronto pasamos de verte a leerte. Te volviste ocasional columnista de El Tiempo y entonces, lectores como yo, ya no queríamos encontrar a Margarita Rosa en las pantallas de la televisión sino que queríamos leerla y verla en la pantalla de nuestro computador donde cada quince días dabas cátedra, sin buscarlo, con una escritura explícita, profunda, y entonces, uno como columnista, con un poco de envidia, miraba hacia esa ventana vecina y se preguntaba en qué momento aquella deidad que nos maravilló en nuestros primeros años se había tornado además una necesaria presencia para leerla, con esa capacidad para enredarnos con temas que parecían simples, andinos, pero que tú con una escritura eficaz, certera y elegante a veces nos hacías caer en cuenta que detrás de lo simple podrían encontrarse asuntos más importantes, o verdaderamente importantes, para entendernos como seres sociales, como seres culturales, como seres humanos.


Querida Margarita, pero de pronto tú fuiste dejando temas que parecían simples y empezaste a tocar otros relacionados con nuestra vida política, económica, comenzaste a hablar de asuntos que no estaban al alcance de "una reina", que de pronto no eran para una mujer y hablaste y cuestionaste a los poderosos de este país, los poderosos de la política, los poderosos de la economía, los poderosos de la iglesia católica. Comenzaste con esos tus nuevos tacones a pisarle los callos a los intocables de Colombia.


Y entonces apreciada Margarita muchos que leíamos tus textos y después también nos íbamos a las redes sociales vimos cómo esa figura, esa “Niñamencha” hermosa que todo el mundo quería, admiraba, empezó a recibir ataques personales; ofensas inmerecidas solo por el hecho de invitarnos a pensar. De no ser “políticamente correcta”.


Admirada Margarita leerte es un deleite. Porque hablas desde tu ateísmo, o de tu escepticismo, con cargas de reflexión sobre el significado de ciertas deidades. Te expresas desde un feminismo reposado que no cree que haya que acabar con los hombres. Tus letras están como al filo de la navaja. Sabes dar el golpe pero pareces tener la contundencia y la elegancia de Muhamad Alí. O quizá golpeas con tus caricias o acaricias con tus golpes. Cuando opinas con inteligencia de temas otrora vedados, conservas la compostura, la prudencia. Y eso sí, no das marcha atrás con tu irreverencia.


Entonces, apreciada Margarita, cuando escribes mucha gente ahora ya no quisiera verte como la Margarita Rosa de Francisco Baquero, sino como la “Niñamencha” como si tú aún fueras una menor de edad, o una púber que no está en capacidad, ni tienes la autoridad para hablar de asuntos al parecer reservados para ciertos géneros, ciertos prohombres, para ciertos apellidos o profesiones.


Hay quienes hemos aprendido a amar tus columnas y amarte en tus columnas. Y ahora queremos nombrar a la Margarita Rosa y no ya a la Mencha. A muchos nos gusta ahora encontrarte, leerte y saber que eres parte de la realidad ya no del mundo del espectáculo sino que nos gusta cuando mencionan tu nombre en las páginas de la actualidad política, del debate porque en este país sí que hace falta debate. Y tú estás ayudándonos en gran medida a construir democracia.


Así que, mi querida Margarita, mi admirada margaritarosadefrancisco, te digo: qué bueno que estás en el escenario, te declaró de nuevo mi amor y te digo que, si bien has dicho que no quieres aceptar cargos de elección popular, sí me alegraría mucho verte en algún momento con esa tu capacidad, tu irreverencia, tu presencia ojalá siendo una fórmula presidencial, o en el Congreso o en alguna entidad estatal ayudándonos a entender y ayudando direccionar este país hacia esa sociedad más igualitaria, más justa, más humana, que tú nos señalas en tus columnas.


Amorosa y respetuosamente, Guillermo Zuluaga Ceballos.



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